39 grados

17.8.09

Está claro
Que no
Puedo ser
Yo
En este
Mundo
Laberíntico.
(no sin cierta sorna)
Qué miedo da –
Mundo,
Yo,
Contigo.
Individuos
Azorados
Huyendo
De tamaño
Estruendo.
Multitud
Insonora
Que a la
Plácida
Intimidad
Intimidas.
Está claro (lírico)
Que nunca
Ha sido tan
Cobarde
Un alarido.

Editorial

9.8.09

Siguiendo la idea de que el editorial debe ser leído por todos antes de ser publicado, aquí dejo el del próximo número, escrito por Emilio Isidoro, para que podamos expresar nuestras opiniones, ya sea de acuerdo o en desacuerdo.

Borja


¿Es el odio algo que exija ser repensado? Parecería en principio que no: el odio es, se dirá, un sentimiento de sobra conocido y analizado, el cual se cuenta entre las malas pasiones como la contraria al amor, y que cualquiera que tenga acceso a su propia alma describirá como una cierta repulsión cargada de hostilidad. Pero, si también tú andas metido en mefistofélicas transacciones, si también tú estás a medias desprendido de tu alma y andas por ello algo falto de certezas y más bien rebosante de contradicciones, quizá quieras entonces preguntarte con nosotros, a lo largo de algunas de las páginas que siguen, qué es lo que hay con el odio.

Es el odio, en efecto, uno de esos sentimientos que, paradójicamente, a todo el mundo resultan odiosos. Si la guerra es una de sus expresiones más grandilocuentes, no hay nadie que no se manifieste contra ella, por muy matizado que sea el rechazo en algunos casos. Si son figuras no tan sublimes del mismo las que nos despachan los telediarios, tales como el brote de xenofobia, el atentado terrorista o la violencia machista, tampoco hay hijo de vecino que no se indigne por estas cosas que, al parecer, pasan. Y tú mismamente..., ¿no me odiarás si te digo, incluso aduciendo la razón de la pasión, que odio particularmente aquello que tú amas? Sí, también tú y yo odiamos al que nos odia y de su odio hace gala.
Y ¿cómo puede una afección tan inevitable ser a la vez tan evidentemente mala? Se dirá quizá que la negatividad con que ésta se carga responde a la falta de razón con que usualmente se padece. Pero tampoco las razones del amor son siempre consistentes, y, sin embargo, todos damos por supuesta su bondad. Además, aceptar que el odio es normalmente odioso supone reconocer que también es, excepcionalmente, amable. Siguiendo por esta vía, algunos osados llegan incluso a negar que el odio sea malo, y hasta afirman que es necesario.
De modo que, a distancia de la condena idealista (demasiado abstracta) y la reivindicación pragmatista (demasiado concreta), sigue teniendo sentido inquirir de qué hablamos cuando mentamos el odio. Porque, si es verdad que a éste se le opone el amor, y si es así que los contrarios se rigen por una ley de alternancia y mutuo condicionamiento (de acuerdo con la cual, sólo profesando algún tipo de amor propio tendrás motivos para odiar a tu prójimo), entonces tal vez debamos asumir que hay amores más odiosos que el odio mismo. No entonemos, pues, el voto hippy ("paz y amor") en el vacío, esto es, sin haber discurrido antes con qué tipo de cosas (adhesiones particulares, intereses privados, gustos personales...) no debería nunca confundirse una amistad sincera y no condicionada, un amor que, exento de odios, fuera amor verdadero.

TEMPUS FUGIENS OMNIA DELET

Caía el mes de Agosto

3.8.09


Caía el mes de Agosto,
pero era Diciembre;
digamos mejor
mediados de otoño,
cuando el sol a veces
no aparece.


Era probablemente un lunes,
o mejor, un viernes,
lento y delirante,
como si fuera jueves.

Regresaba por la mañana,
las estrellas aparecían,
la luna casi brillaba,
no había nubes,
era de día.

Tu llorabas,
o tal vez sonreías;
en todo caso me mirabas
o eso creía...
Es curioso como
con el tiempo los recuerdos,
poco a poco,
se olvidan.