Quizás el holocausto de esta noche
pueda abarcar el odio de mil vidas,
quizá pueda encontrarme entre los cuerpos
putrefactos de amor en la trinchera
y acongojar enteco mis historias
con tenedores de cieno y rastrojos.
Quizás
el álamo de horror surja esmirriado
en esta noche pálida sin lunas,
en este ardor eterno, arrebatado
al infierno, al dolor que nunca acaba,
desde los piélagos del norte, gigantescas
ubres de sal y conchas encendidas,
leche vivificante
que amamantó a mi padre,
a mis tíos,
a mis abuelos;
en el norte, donde
aquella vez
se me extraviaron,
entre castillos de arena y toallas,
mis ilusiones de hermano que apaga
la luz del cuarto, todas estas noches
pálidas
sin lunas.
¿Y qué es la vida sino caracolas?
¿Y qué es el tiempo sino carne a medias?
¿Qué son los ojos, que son las miradas?
¿El cabello de aromas sin mesura?
Solo ilusiones. Solo
maravillas.
Inalcanzables ansias de infinito.
Paroxismos fugaces de amargura.
Mi fracaso.
Lo que ya no me permite ser
hombre
en esta tierra.
Un cadáver que sale de la cama
hacia la cocina, calienta un poco de leche
en el microondas
con sus manos muertas
hace tiempo.
Café agitado con la cucharilla.
Pan tostado los lunes y los viernes
y los fines de semana.
Galletas el resto de los días.
La radio atronadora. Su sonido,
rebota en las paredes. No se inmuta.
Moja el pan en la taza y es como si
estuviera mojando sus deseos.
El agua hirviente le dora la carne.
Ya no le crece el pelo, por fortuna.
Así no se lo peina ni se afeita.
Ni las uñas de los pies. No tiene
que cortárselas.
El traje nuevo de su cumpleaños.
No tiene que dar besos en mejillas.
¡Venga! ¡A la calle! ¡Sal, no te lo pienses!
¡Vive la vida, pon una sonrisa!
Cierra la celda, no olvides las vueltas
de llave
no vaya a ser que no te roben nada.
La mierda,
La mierda que me habla. Yo la escucho.
Cadáver con un traje de amapolas.
Portazo.
Guillotina instantánea de placeres.
Quizás el holocausto de esta noche,
alunada escudera de desastres,
no quiera confiarme más secretos.
Quizás el día,
infalible verdugo de ilusiones,
me traiga los despojos de las nubes
y con ellos mi reflejo palpitante,
recordatorio de tiempos lejanos,
de aquellos días cuando me inundaba,
junto a mi hermano,
de sal abrasadora y verdadera.
Tela y sombrillas, ombligos al aire,
el mar que dio la vida a mis ancestros.
Tierra de gaitas y de sol y amparo
al calor del hogar. Fuera, gaviotas.
Un faro que ilumina el mar en calma.
Tiempos lejanos.
Noches henchidas de luna e infancia.
Y ahora, asfalto y lodo.
Solo entre mugre de ojos que rezuma
apariencia, interés, falsos halagos.
¿Y qué te queda ahora, cruel poeta?
¿Y qué te queda? Ya te lo advertimos.
No hiciste caso. No nos escuchaste.
¿A qué ser generoso y destruirte?
¿A qué querer ser de oro? ¿No ves, Alex,
que tu destino es ser un dios de plata?
¿No te das cuenta de que ya han cerrado?
Vuelve mañana, quizás haya suerte.
Pero no creo.
Inclina la cabeza y sigue andando.
¡Ahora sonríe! ¡La vida es preciosa!
Noches henchidas de inocencia y lunas.
Gaitas entre la niebla. Astilleros.
Los monstruos acerados que me asustan.
Mi hermano que los mira y que se asombra: ¡Jo!
¡Vaya barcos!
La lonja, de la mano de mi madre.
¡Mira, mamá, qué ojos! ¡Ese pez
es de mentira!
El abuelo, meciendo sus combates
y sus historias de guerras antiguas.
El mercadillo, harto de colores
y de acentos extraños.
Hay pulpo los domingos; luego, feria.
Y en Compostela,
abrazado al Apóstol ya no hay miedo.
¡Paparruchas! ¡Nada más que se trata
de un niño que sueña! ¡Mira el ahora
y el futuro! ¡Madura!
¡Que ya eres hombre! ¡Sienta la cabeza!
¡Y déjate de historias infantiles!
Abrazado al Apóstol cierro los ojos:
Quiero ser el más fuerte
Y sonrío.
Quizás el holocausto de esta noche
me trate bien y se lo lleve todo.
Quizás no vengan más estos recuerdos, quizás
la aurora sea mortaja de los cisnes.
Yo ahora
no quiero continuar con estos versos.
Lo que realmente deseo es fundirme
entre la noche, antes de que me invada
con su llamada añil de un mar proscrito.
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