Diamante que anocheces en la luna
huyendo frágil de aquel dios amargo,
resurge donde habite mi letargo
y exíliame en tus pechos de aceituna.
Candente colombina que me acuna
y que encierra reproches sin embargo,
desvélame de este sentir tan largo
sin rastro de dolor, sin carne alguna.
¿De quién serás mañana, ardiente diosa?
¿De quién serás? Te espero victoriosa
en las perpetuas cimas del ocaso.
Después de ti sólo obtendré el fracaso.
La odiada noche que te trajo ansiosa
se perderá en los sueños que acompaso.
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