De nuevo lo pudieron ver al norte con su sombrero y su esmoquin. Andaba, incansable, y de nuevo brillaba como un sol de color verde. Muchos pasaron de él, ignorándolo por completo. Otros le siguieron, en su rutilante caminata luminosa, hasta que volvió a morir de nuevo. Durante esos dos minutos, no habló con ninguno.
Se hizo de noche. El vestido rojo le quedaba francamente bien, pero muchos ni se fijaron en él. No dijo nada. Esperaba, más luminoso que nunca, a que pasaran los 120 segundos para volver a morir. La verdad es que no le tenía miedo a la muerte, pues era su rutina de todos los días. Lo había hecho más de mil veces a lo largo de su existencia: morir y resucitar cada dos minutos.
Francamente, la vida del muñequito de semáforo no es nada divertida.
4 comentarios:
Peor tiene que ser la vida de la escobilla del váter!! : D
Joder, por lo menos ella tiene agua para beber.
Todo es así en la vida: morir y resucitar, morir y resucitar cada minuto
¡Qué bueno! xD
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