Resurrección resplandeciente

22.4.09

Salió a la calle como cada día, vestido con su sombrero y su traje verde, todo resplandeciente, y se puso a caminar. Anduvo durante un corto rato y luego desapareció, nadie sabe como. Al poco tiempo se le volvió a ver al sur de donde había estado antes, pero ahora iba vestido de rojo, y también resplandecía. Ya no caminaba. Tan solo observaba, observaba pasar a la gente por el paso de cebra, como todos los días, sin decir ni una sola palabra. A los dos minutos, falleció. Una vida de 120 segundos.

De nuevo lo pudieron ver al norte con su sombrero y su esmoquin. Andaba, incansable, y de nuevo brillaba como un sol de color verde. Muchos pasaron de él, ignorándolo por completo. Otros le siguieron, en su rutilante caminata luminosa, hasta que volvió a morir de nuevo. Durante esos dos minutos, no habló con ninguno.

Se hizo de noche. El vestido rojo le quedaba francamente bien, pero muchos ni se fijaron en él. No dijo nada. Esperaba, más luminoso que nunca, a que pasaran los 120 segundos para volver a morir. La verdad es que no le tenía miedo a la muerte, pues era su rutina de todos los días. Lo había hecho más de mil veces a lo largo de su existencia: morir y resucitar cada dos minutos.

Francamente, la vida del muñequito de semáforo no es nada divertida.

4 comentarios:

Borja Menéndez dijo...

Peor tiene que ser la vida de la escobilla del váter!! : D

Anónimo dijo...

Joder, por lo menos ella tiene agua para beber.

FEDERICO OCAÑA dijo...

Todo es así en la vida: morir y resucitar, morir y resucitar cada minuto

Manuel A. Cruz dijo...

¡Qué bueno! xD