Relato sin la letra A

2.5.09

De todos los infiernos que he recorrido, el que menos me dolió fue el que respiré entre tus pechos. Puede ser que convertir en versos tus ojos infinitos me hiciese reprimir estos instintos de león, pero no me fue posible estremecerme de otro modo. Entre tus pezones erguidos me sentí como en el cielo.


El comienzo del otoño recitó con débil voz de rubí esos tristes sonetos que yo te escribí en medio de los primeros edificios, envuelto por el humo de los coches cobrizos. Fue todo un espejismo. Si tu deseo es que te envíe por correo todos mis huesos sin recuerdos, testigos de un invierno moribundo, entonces no me presiones con tus suspiros sin horizonte. Quiero ser tuyo, ¿entiendes? Tuyo y entero, como lo son esos pinos sinceros llenos de nieve que resisten los insultos de mil tigres eléctricos. Sí, tuyo y mío. Heredero de múltiples nichos.


¿Viste en el crepúsculo de tu mente los nidos de los escorpiones? Se los llevó el viento el lunes, temeroso de que surgieses entre recovecos de pulmones ennegrecidos por el tiempo. Los millones de besos que te di bebiendo en hierros de bronce se volvieron murmullos el domingo, y no consiguieron que mis tenedores, verdes por los cojines del Olimpo, se hiciesen reyes de tu vientre.


¡Qué tímido el teléfono entre los sonidos de los búhos! Siempre supe que mis dedos fueron sinceros contigo, cielo mío. De hecho, en este momento entiendo que no forjes serpientes en tu ombligo, puesto que descubres lo mismo que yo, moribundo entre mil gritos.


No quiero despedirme de ti, mi bien, sin decirte que este Edén que me construiste en cinco meses quedó cojo entre tu pubis y mis hombros, y que otro viernes, repletos de ilusión y bisturíes, quinientos espejos de leche me devolvieron tu escote soñoliento.


Me dijeron que morir supone conocer un universo oculto de color gris, pero yo no me fío. No creo en tu nombre rojo sobre los cóndores, superior e irredento, curtido en multitud de ceniceros silenciosos.


He de irme. Me volveré cumbre y dormiré.

4 comentarios:

Borja Menéndez dijo...

Ésta es una canción de Mamá Ladilla escrita sólo con la letra "e":

EN EL VERGEL EL EDÉN

En el vergel del Edén embébese Ester del leve mecer del relente; “excelente, vegeté tres meses en el éter. ¡Fetén!”. De repente, Pepe, ese mequetrefe que es gerente de Mercedes-Benz, se yergue de entre el verde césped, emergente, el repelente pene. Ester se estremece.

"¡Bej!, ¡qué peste!, ¿qué pesebre es éste?, ¿es que repeles el gel?, ¿crees que este pene es decente?". Enternécese Pepe. “Es que dejé que el semen que eyecté se reseque. Pensé: que estrene Ester este presente. Te reservé merengue de trece meses. Bebe, bebe”.

“¿Beber?¿Beber de ese enclenque esqueje?¿Crees que me embelesé? ¡Que te den! Qué cerdete eres... Que te enteres, mereces perecer en el retrete entre heces que defeque Peret. Enfermé de verte. Vete, ¡vete!. Métete el pene en el bebes. Entretente este semestre en extender ese repelente semen en el eje del Mercedes-Benz.”

“Ester...”

“¡Que me dejes! Beberé te en el tenderete.¡Que te bese el membrete el bedel!!”

Es que Ester, Pepe es el jefe, Pepe es el que te debe extender el cheque de este mes, bebe Ester...

CONCLUSIÓN

Es menester que Ester cercene el pene de Pepe, ese pelele de jefe que cree que merece peerse en el vergel del Edén

Anónimo dijo...

Sí, pero yo soy más guapo que Mamá Ladilla.

AliciA dijo...

Me gusta más el cuento de Alex, la verdad; todas las frases son insustituibles, "imparafraseables"...

Anónimo dijo...

Vaya, gracias, guapa.

Te dedicaré mi próxima creación.